Cuidados de gatos siameses

Cuidados de gatos siameses

Si has decidido adoptar un gato siamés cachorro o ya tienes uno, debes saber que se trata de un gato de vida prolongada, fuerte y normalmente muy sano que además crece a una velocidad inusitada.

Teniendo en cuenta que la esperanza de vida de un gato siamés ronda los 20 años, podemos afirmar que son longevos. Al ser los gatos siameses de ámbito estrictamente casero y no deambular habitualmente por la calle, como sucede con otras razas de gato, no suelen contagiarse con enfermedades comunes entre los gatos callejeros.

Preservad sus fantásticas características físicas con una buena alimentación, y veréis que los cuidados del gato siamés son muy sencillos. Si continúas leyendo ExpertoAnimal, aprenderás correctamente los más adecuados cuidados de gatos siameses.

Control veterinario del gato siamés

Es imprescindible que recién adoptado tu pequeño siamés, un veterinario lo visite para que valore su estado de salud y comprobar que no tenga ninguna alteración física o genética evidente. Si lo realizáis al poco de adoptarlo, podréis reclamar al vendedor en caso de alguna deficiencia de origen.

El calendario de vacunaciones para gatos al día y las revisiones periódicas por parte del facultativo son del todo necesarias para que vuestro siamés viva de forma segura y confortable. Visitar al especialista cada 6 meses será suficiente.

Alimentación del gato siamés

Dependiendo de la edad que tenga el gato siamés cuando lo adoptéis, se le dará un tipo de alimentación u otra. El veterinario os dará la pauta alimenticia a seguir.

Normalmente los gatos siameses no deben adoptarse antes de los tres meses de vida. De este modo mediante la convivencia con la madre y hermanos aprenderá de ella los buenos hábitos y crecerá equilibrado. Es muy importante que mame de forma natural para que sea un gato muy sano posteriormente.

Al principio pueden alimentarse, después de destetados, con alimento fresco y pienso balanceado. Les chifla el jamón de york y el pavo en lonchas. No les des estos dos últimos alimentos sosteniéndolos entre los dedos; ya que al comer con frenesí no atinarán a fijarse cuándo se acaba la loncha y empiezan tus apetitosos deditos impregnados de delicioso sabor a pollo o pavo.

Durante su etapa adulta le proporcionaremos pienso de calidad, básico para un buen desarrollo y una alta calidad del manto. Finalmente, en su etapa anciana, le ofreceremos alimento senior que cubra sus necesidades de vejez.

Convivencia con el gato siamés

Los gatos siameses son extraordinariamente inteligentes. Son mascotas gregarias a las cuales les agrada la compañía de otras mascotas y de los seres humanos.

Los gatos siameses pueden convivir con otras mascotas. No les temen a los perros y saben camelarlos para llevarse bien con ellos en el hogar de ambos. Con los humanos se muestran muy cariñosos y sociables, porfiando para recibir caricias y arrumacos a la menor ocasión.

Son extraordinariamente limpios y comunicativos. Es 24 horas aprenden el uso debido de la arena. Cuando les falta agua o alimento, no dudan en reclamarlo a los humanos mediante maullidos insistentes. Si no los atiendes de forma inmediata se buscarán la vida, y no hay lugar en tu cocina, o cualquier grifo de la casa, fuera de su alcance gracias a la extraordinaria agilidad y sus prodigiosos saltos.

A los gatos siameses les encanta jugar con los niños, y soportan pacientes todo tipo de manipulaciones.

Cuidados del pelo

Los gatos siameses tienen una densa y sedosa capa de pelo corto. Es conveniente que los cepilles un par de veces a la semana. Si lo realizas cada día tardarás menos de un minuto en eliminar el pelo muerto y tu siamés se mostrará complacido y amado. Deberás utilizar cepillos para gatos de pelo corto.

Para conservar la calidad del manto es conveniente que vuestro gato siamés consuma alimentos ricos en Omega3. Deberéis leer concienzudamente la composición del pienso y constatar que son ricos en este alimento. Si les dais salmón o sardinas, no lo hagáis en crudo. Hervid estos pescados antes de ofrecérselos a vuestro gato.

No deben bañarse con frecuencia. Cada mes y medio o dos será suficiente. Si observas que tu gato siamés detesta el agua quizás deberás probar trucos para limpiarle sin bañarlo.

¡Ojo con reñirlos!

Los gatos en general y los siameses en particular no conciben que se les riña si no se les pilla con las manos en la masa, como se dice vulgarmente.

Un ejemplo: lo pillas justo en el instante que con sus uñitas facinerosas esta despanzurrando el canto de un sofá, justo al lado del flamante rascador nuevo e impoluto que le compraste para que no destripara el sofá. Debes acogotarlo contra el destrozo y proferir un tenebroso y silente ¡Noooo! Entonces el gato comprende que a ti no te gusta que despanzurre aquel lado del sofá. Quizás, pensará, que tú preferirías que el destrozo lo hiciera en el lado opuesto, como para compensar el aspecto del mullido mueble.

Lo importante será conservar intacto aquel juguete tan mono que le has traído y que con tanto esfuerzo se resiste a arañar. Para ello mejor enséñale a utilizar el rascador.

Si no los riñes en el instante de la fechoría, jamás comprenderán por qué te pones hecho un basilisco y lloras sobre el sofá. Hay algunos siameses que son rencorosos, por ello os contaré una historia recurrentemente vivida con mi primer siamés:

La historia de Spock, la gata siamesa vengativa

La segunda mascota que tuve fue una pequeña gata siamesa que adopté en las Ramblas barcelonesas el siglo pasado. Cuando llegué a casa y saqué de la cajita perforada aquel ser diminuto, contemplé que tenía cola de cerdito; cosa bastante habitual en los siameses de aquella época en establecimientos que ofrecían mascotas procedentes de criaderos mediocres.

Al margen de este detalle, Spock era una preciosidad y más viva que el hambre. Se pasaba horas peleándose contra ella misma reflejada en el espejo que panelaba una jardinera en el salón. También le gustaba el fútbol, ya que durante los partidos se subía al televisor y cabeza abajo intentaba atrapar la pelotita danzarina con sus zarpas hasta que yo por tercera o cuarta vez la bajaba del aparato. Así pasó su infancia gatuna Spock, hasta que maduró, se hizo adulta y se percató que ni las luchas ni el fútbol producían el inconmensurable placer que se lograba despanzurrando el sofá. Mí querido sofá.

Yo, que en aquella época aún era joven y no sabía nada del refuerzo positivo y otras maneras educacionales, doblé un periódico y gritando como un energúmeno le aticé un ruidoso papirotazo a Spock que en aquel momento dormitaba sobre un sillón. El gato huyó con los pelos de la cola enhiestos, despavorido. Durante cosa de una hora no se le vio el pelo por su zona habitual que era el salón donde se hallaba el tresillo, el televisor, las jardineras de espejo y unas estanterías de cristal oscuro y acero inoxidable.

Al cabo de un buen rato me fijé de reojo que Spock estaba subida sobre la balda más alta de la estantería de cristal ahumado. No era habitual que estuviese allí sentada, hierática y con la mirada fija en mí. Cuando aparté la vista del televisor y fijé mi sorprendida mirada directa en la gata, ésta con un veloz golpe de su zarpa empujó hacia el vacío una de las múltiples conchas marinas de mi colección, expuestas en aquella estantería. Spock desapareció como un rayo tras la vengativa fechoría y durante un buen rato no osó aparecer por el salón. Cuando regresó se subió a mi regazo y mediante un dulce maullido y un ronroneo me demostró que ya me había perdonado, y que era ella (tras mi mujer), la que mandaba en casa.

Esta escena sucedió docenas de veces, hasta que guardé mi sufrida colección de conchas en el interior de una vitrina. También cambié el sofá.

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